Más de un año después de que comenzara a caer la exportación de terneros en pie, el gobierno tomó medidas que potencialmente pueden disminuirla a unos pocos centenares de cabezas, fundamentalmente reproductores, que se vendan a países de la región.
La posibilidad de que la ganadería pueda vender su producción fuera del país es una herramienta esencial, fundamentalmente para el criador, para reducir los riesgos de quedar cautivo de un solo foco de demanda. Lo que la exportación en pie le “dice” al criador es que se preocupe de producir todo lo que pueda, porque si la demanda interna no es suficiente, lo podrá colocar en el mercado internacional.
Pero esta oportunidad comercial se “pasó de rosca”, con 450 mil animales embarcados vivos en los 12 meses a junio de 2018, que se agregaron a los alrededor de 250 mil en cada uno de los dos ejercicios anteriores. En suma, 950 mil vacunos, en su mayoría terneros, que se fueron vivos por la frontera. Este es el principal argumento que recalentó el mercado del gordo en el último año, disparando los precios a niveles insospechados pocos meses atrás, apalancados por la fenomenal demanda por carne desde China.
Estos números bajaron fuertemente. En los 12 meses a octubre la exportación en pie cayó a solo 179 mil cabezas, la menor desde mediados de 2015. Primero por problemas económicos en Turquía —el destino por excelencia—, después porque este país tomó medidas para limitar el ingreso de animales.
La semana pasada el Ministerio de Ganadería aprobó una reglamentación mediante la cual se hacen más exigentes los requisitos en pos del bienestar animal. Tan exigentes que superan a los de los países que tienen más en cuenta este tipo de normativas, caso de Australia. Desde la exportación dijeron que, si estas exigencias se toman a rajatabla, no se pueden exportar más animales en pie, porque no hay ningún barco que las cumpla. Es claro que el objetivo, más allá del bienestar animal, pasa por el lado de tener una herramienta para cortar esta corriente comercial.
La resolución, además de tardía —la coyuntura de la exportación no lo amerita— es una muy mala señal para la cría. Por más que en la actual situación seguramente sea bien recibida por la industria frigorífica, en el mediano plazo no será algo beneficioso, porque tenderá a disminuir la producción de terneros. La solución, en lugar de limitar la exportación en pie, debería pasar por el lado de admitir la importación de animales en pie, de manera de compensar la salida de terneros con la llegada de animales más baratos desde los países de la región. Esto tendería a balancear el mercado, más allá de que los animales puedan ser faenados solamente en plantas que se dedican al mercado interno. Si lo que se importan son vaquillonas, sus crías podrían ser procesadas en cualquier planta, al haber nacido en el país.
De esta forma se tendería a equilibrar el mercado sin atentar contra la salvaguarda del sector criador.