Foto: Miguel Vergara

 

Ing. Agr. José Manuel Mesa Cacheiro

Uruguay debe defender con firmeza que las carnes rojas son un alimento de alto valor nutricional, necesario en las dietas saludables y muy apreciado en el mundo.

Aportan proteínas de alta calidad, hierro hemo, zinc, vitaminas del complejo B y otros micronutrientes esenciales, especialmente en etapas clave de la vida y en poblaciones vulnerables.

Recientemente, países como Suecia, Dinamarca y Noruega han actualizado sus guías alimentarias recomendando moderar el consumo de carne, especialmente la carne roja, como parte de un enfoque de salud pública y sostenibilidad. A primera vista, esto puede parecer una causa noble: cuidar el planeta, frenar el cambio climático y proteger la salud. Pero detrás de esos discursos hay también estrategias económicas, políticas y de posicionamiento global.

Muchos de estos países ya dejaron atrás la producción ganadera como motor de sus economías y hoy invierten en industrias alimentarias alternativas, carne cultivada en laboratorio, proteínas vegetales o alimentos ultraprocesados “verdes”. Limitar la carne tradicional abre espacio para estas nuevas cadenas donde ellos son líderes.

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Además, buscan definir los estándares globales de sostenibilidad, imponiendo métricas y requisitos de huella ambiental que pueden convertirse en barreras para el comercio internacional, afectando directamente a países productores como Uruguay.

En el plano interno, defender el ambiente es políticamente correcto. En sociedades urbanas desconectadas del campo, es más fácil pedir menos carne que analizar el impacto del transporte, el consumo energético o la industria alimentaria en general.

Por eso conviene mirar con calma. No se trata de negar los impactos ni de ignorar la necesidad de producir mejor. La ganadería pastoril del Uruguay transforma pasto natural, no comestible para el ser humano, en proteína de alta calidad, mantiene ecosistemas abiertos, captura carbono y sostiene comunidades rurales.

El verdadero debate no es carne sí o carne no, sino qué tipo de carne y de sistema productivo queremos sostener. Porque en el fondo, estas jugadas globales no discuten el ambiente: discuten quién define el futuro de la comida.

 

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