La Asociación Uruguaya de Ganaderos del Pastizal (AUGAP) realizó su jornada de cierre de año en el establecimiento La Tapera, en Paso de la Arena, departamento de Maldonado, en una zona próxima a Mariscala.

Fue una jornada a campo organizada juntamente con el Plan Agropecuario, que reunió a productores, técnicos y referentes del sector para observar, intercambiar y reflexionar sobre una forma de producir que combina resultados económicos con un fuerte compromiso ambiental.

En ese marco, el presidente de AUGAP, el ingeniero agrónomo Carlos María Uriarte, explicó que se trató de una de las clásicas jornadas que impulsa la gremial bajo el lema “Conociendo a los ganaderos del pastizal”, en esta oportunidad con Diego Núñez como anfitrión.

Se trata de un productor arrendatario que explota 427 hectáreas, con una trayectoria de casi 30 años en el predio, y cuya historia personal y productiva se convirtió en uno de los ejes centrales de la jornada.

 “Es una persona muy generosa en compartir sus experiencias, sus éxitos, sus fracasos, hasta sus propios sentimientos”, señaló Uriarte, destacando el valor humano que atraviesa estas instancias.

El presidente de AUGAP subrayó que quienes conocían el establecimiento tenían expectativas altas, pero aun así fueron superadas. La apertura del productor, su disposición a mostrar números, decisiones y procesos, y la coherencia entre discurso y realidad productiva, fueron aspectos que marcaron la recorrida.

“A veces, los que estamos en el campo no sabemos para dónde ir y necesitamos la ayuda de otros que nos renueven la fuerza”, afirmó, poniendo en palabras una sensación compartida por muchos productores.

Resiliencia desde la adversidad

Uriarte recordó que cuando Diego Núñez arrendó el campo, sufrió un incendio que le hizo perder todo en la casa y, posteriormente, fue víctima de robos reiterados, incluida la camioneta, que le sustrajeron en cinco oportunidades. “Uno diría: estoy por los perros, como decimos”, relató Uriarte. Sin embargo, lejos de abandonar, el productor se repuso y continuó apostando al manejo del campo natural.

Ese proceso de reconstrucción fue acompañado por una estrategia clara de manejo y por el registro sistemático de resultados. Uriarte invitó a observar las cifras, porque “hablan por sí solas”. En el predio se registra una dotación de 0,90 unidades ganaderas por hectárea, con una producción de carne sostenida entre 130 y 140 kilos por hectárea, datos que no son puntuales ni excepcionales, sino consistentes en el tiempo y respaldados por el grupo técnico al que pertenece el productor.

Pero el énfasis no estuvo solo en los números. “Hay que ir a ver el tapiz y la disponibilidad, la cantidad de forraje y la calidad de la misma”, remarcó Uriarte. La recorrida permitió constatar un campo con abundante pasto, bien manejado y con una estructura vegetal que respalda esos resultados productivos. El propio productor definió su enfoque como “aprender a vivir con mucho pasto”, una consigna que dialoga directamente con el lema histórico de AUGAP: producir conservando.

Producir y conservar

Uriarte fue enfático al señalar que producir y conservar no son conceptos opuestos. “¿Qué es conservar o producir? Lo sabemos todos, porque es lo que precisamos para vivir”, afirmó. Sin embargo, aclaró que conservar implica “tratar de dañar lo menos posible los recursos naturales que usamos para producir y tratar de conservarlos y mejorarlos en la medida de lo posible”.

 En ese sentido, sostuvo que el caso presentado en la jornada es un ejemplo concreto de cómo ese equilibrio no solo es viable, sino deseable.

El establecimiento cuenta con tres ambientes bien definidos, cada uno con características y desafíos particulares. El primero es un campo de sierra, pedregoso, que al inicio prácticamente no tenía cobertura vegetal aprovechable. Hoy, en pleno mes de diciembre, entre las piedras se observan especies como Lotus Rincón, con una buena disponibilidad de forraje de calidad.

“Cuando él vino, no había nada”, recordó Uriarte, subrayando la transformación lograda a partir del manejo.

El segundo ambiente corresponde a las lomadas típicas de la zona, incluso con aptitud agrícola de alta calidad, propias del Valle de Aiguá. En ese sector, el productor tuvo una breve historia agrícola de tres años, motivada por una necesidad puntual, pero hace ya mucho tiempo que esas áreas se manejan exclusivamente con pasturas. Allí se combinan especies introducidas como festuca, raigrás, alfalfa, lotus y trébol blanco, todas bajo un esquema de pastoreo racional, con asignaciones diarias, lo que permite un uso eficiente del recurso forrajero.

El tercer ambiente, característico de la región, son las zonas cercanas a los arroyos, con suelos inundables donde predominaba históricamente la paja brava. Uriarte explicó que uno de los mayores desafíos del productor fue transformar esas áreas, tradicionalmente consideradas marginales, en pasturas productivas.

“Nos hizo toda la historia: habla de 20 años manejando eso”, relató, destacando la constancia requerida para sostener ese equilibrio. El resultado es un tapiz con buena calidad y oferta de forraje, que exige manejo permanente, porque “si se deja, vuelve todo a paja brava”.

Base estratégica del sistema

A partir de la experiencia observada, Uriarte amplió el foco y se refirió al rol estratégico del campo natural y los pastizales en la ganadería uruguaya. Señaló que el mundo enfrenta un desafío creciente de demanda de alimentos y que Uruguay no es ajeno a esa realidad. “Cada vez vamos a tener que producir más alimentos porque el mundo lo va a requerir”, afirmó. Sin embargo, advirtió que esa mayor producción debe apoyarse en la conservación de la base de recursos naturales, que es la que brinda resiliencia frente a los eventos adversos.

Esa resiliencia se expresa tanto frente a los vaivenes climáticos como frente a los ciclos de mercado. “Son los recursos naturales los que nos dan esa posibilidad y la resiliencia para poder sobrellevar los momentos difíciles”, sostuvo.

 En ese marco, recordó que AUGAP sigue desde hace 11 años una línea de trabajo clara, centrada en el campo natural, pero con una visión inclusiva. “No vamos contra nadie, es a favor del campo natural, no contra ningún otro rubro”, aclaró.

El objetivo central de la gremial es recuperar, mantener y valorizar un recurso que, según Uriarte, “nos diferencia en el mundo, nos identifica y nos da resiliencia”. Además, enumeró una serie de beneficios que trascienden lo estrictamente productivo, como la captura de carbono, el mantenimiento de la biodiversidad y la provisión de lo que hoy se denominan servicios ecosistémicos para el conjunto de la sociedad uruguaya.

Valorar el pastizal

Uno de los puntos más sensibles abordados por Uriarte fue el desafío de lograr que esos servicios ecosistémicos sean reconocidos y valorados. “El desafío más grande que tenemos hoy es valorar eso para que la gente que lo hace tenga la justa recompensa”, afirmó. En su visión, esa valoración es clave para que los productores puedan resistir la tentación de optar por actividades de mayor renta inmediata, como la agricultura intensiva o la forestación, y mantengan el recurso en el largo plazo.

La defensa del campo natural no es solo una cuestión productiva, sino intergeneracional. Uriarte insistió en que conservar estos sistemas es una forma de asegurar que las próximas generaciones tengan las mismas o mejores oportunidades. Esa mirada de largo plazo se vuelve aún más relevante frente a amenazas concretas que ya están presentes en distintas regiones del país.

Entre ellas, mencionó la expansión del capim annoni en el norte, una especie invasora que está degradando la calidad del campo natural, así como la presencia o el avance potencial de otras malezas como el tojo.

“Es un gran desafío que lo hemos asumido y estamos trabajando para ello”, afirmó, subrayando que en las zonas donde aún no han llegado, el objetivo es evitar su ingreso.

 

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