La exportación de carne entró en un espiral de acontecimientos negativos que tiene a maltraer a todos.
El año comenzó con la noticia del frenazo de la demanda de quien hasta el mes anterior compraba de forma casi desenfrenada, sin techo a la vista. Beijing, al advertir la escalada de los precios de los alimentos, puso el freno de mano y dejó a muchos importadores patas arriba, obligados a solicitar descuentos en los precios pactados con sus proveedores.
No habían pasado ni 15 días y China se paralizó para intentar contener la dispersión del Covid-19, hasta ese momento conocido por su nombre genérico, coronavirus. Puertos saturados, contenedores que debieron quedar semanas en ellos —con los gastos a cuenta del exportador, porque los negocios se concretan con precio a levantar de puerto de destino— o que debieron recalar en puertos sustitutivos (Taiwán, Singapur) porque en los de destino no había más lugar.
Cuando comenzó a haber tímidas señales de mejora desde China, la ola del tsunami ahogó a Europa. Miles de toneladas de carne que entrarían en la cuota 481 del trimestre de abril fueron recibidas por el importador europeo con condiciones de mercado diametralmente opuestas a las que había cuando concretaron el negocio. Por lo tanto, muchos de estos importadores exigieron descuentos significativos en los precios del producto. La alternativa, traer el contenedor de vuelta e intentar colocarlo en otro lado, con todo lo que ello implica.
En las puertas del verano, con una alta proporción de lo que llegó enfriado a Europa que se congeló, los importadores están cortos de mercadería enfriada y salieron a buscar más. Encuentran una oferta escasa y pagan unos US$ 1.000-1.500 más de lo que ofrecían un par de semanas atrás. Todavía lejos de los precios precrisis Covid-19, pero marcando que el piso puede haber quedado atrás.
Pero cuando Europa comenzaba a mostrar señales de vida, otra vez llegaron las complicaciones desde China. El mercado no reaccionó como los importadores suponían lo haría, se encuentran con elevados stocks de carne vacuna importada —y descomunales importaciones de cerdo— que no tienen una salida fluida debido a que la población sigue reticente a salir a comer afuera. Consecuencia: nuevamente pedidos de renegociación por parte de varios importadores, que parece les gustó pasar hacia atrás los inconvenientes que, eventualmente, pueden surgir en el negocio. Así a cualquiera le cierran los números.
Es de suponer que la situación tenderá a mejorar hacia el segundo semestre. Los stocks en China deberán evolucionar a la baja, la pandemia debería retroceder —aunque no hay nada cierto al respecto— y se estará en el momento de mayor demanda desde China, que es en los últimos cuatro meses del año. Además, el real brasileño se valorizó, quitándole algo de la enorme competitividad ganada por parte de los exportadores brasileños en las semanas anteriores.
Pero son especulaciones. No hay que confiarse con este 2020 que, cuando muestra alguna señal de mejora, rápidamente es seguida por nuevas malas.